Los orígenes del Día de Muertos.

 

La historia del Día de Muertos se remonta hasta el México prehispánico, época en que las festividades a los muertos se celebraban durante todo un mes.

 

Una de las tradiciones más antiguas y más bellas en México es el Día de Muertos, pues es aquel día en el que la familia se reúne para rendir tributo, a través de una ofrenda, a los seres queridos que se han ido.

 

Para los mexicas, cuando una persona fallece, realiza una travesía hacia el Mictlán, un misterioso lugar ubicado al norte, en compañía de un xoloitzcuintle, quien ayudaba a su dueño a atravesar los desafíos para llegar al noveno infierno, en el que había subniveles en los que el difunto tenía que pasar por pruebas personales que tenían la finalidad de liberar el tonalli, el alma, para lograr el descanso ante Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl el señor y la señora de la muerte, respectivamente.

 

Sólo aquellos guerreros que habían fallecido en una batalla y las mujeres que estaban en labor de parto, quedaban exentos de hacer la travesía. A los difuntos se les recitaba un discurso y el cuerpo era embalsamado por un sacerdote, al finalizar el proceso, la familia montaba una ofrenda en un altar.

 

La ofrenda tenía que mostrarle al difunto el camino hacia el Mictlán a través de un fuego que se encendía, el aroma de las flores de cempasúchitl, las oraciones le ayudaban al tonalli llegar con bien; sin embargo, el viaje era tan largo y agotador que también se colocaban otros objetos que fueran de ayuda en el camino y fueran resistentes, pues el viaje duraba cuatro años. Además, se colocaban obsequios para el señor de la muerte.

 

Transcurridos esos cuatro años, las ofrendas tenían una calaverita con su nombre, copal (un especie de incienso que aleja los malos espíritus), cempasúchitl, velas (acomodadas en las cuatro esquinas de la ofrenda), comida y objetos del difunto, pues se pensaba que el 1 y 2 de noviembre, las almas de los muertos regresaban a convivir con sus seres queridos y disfrutaban de los alimentos que se les preparó.

 

Con la conquista española, se mezclaron las tradiciones y los altares se colocaban elevados como en las iglesias, se comenzó la elaboración del pan de muerto y, hasta el siglo XIX, se colocaba una fotografía del difunto.

 

También surgió la creación de calaveras literarias que eran una crítica social a las clases privilegiadas y los gobernantes con un tono burlón sobre las acciones o malas decisiones tomadas. Con el paso de los años, dejaron de ser prohibidas y fue en 1840 cuando se popularizaron, pues, por primera vez, fueron publicadas en un periódico.

 

La Catrina como hoy se conoce nació a finales del siglo XIX y fue inventada por José Guadalupe Posadas quien la diseñó para darle una imagen a todos aquellos que pretendían ser o tener un origen europeo, por lo que se conocía como Calavera Garbancera.

 

Al comenzar a utilizar este diseño en los periódicos para sustituir los dibujos de calaveras que solían acompañar la calavera literaria. El muralista Diego Rivera le dio el nombre de Catrina, pues le agregó el atuendo, porte y elegancia de un catrín, un hombre que pertenece a la aristocracia.

 

Así es como todos estos elementos se han convertido en la celebración que rinde tributo a nuestros seres queridos que se han ido.